LA AMADA QUIETA
Por los mansos bosques de su aliento,
soplaba horizontes de paz la Amada Quieta.
Temía al otoño, perfilando las rosas
y en las transmutaciones mágicas,
huían las germinaciones…
Escuchaban las sirenas de los barcos
su grito ahogado,
destrenzando tibios soles salados,
en la espuma doliente
de una playa fantasma.
Las gaviotas divisaban
unos brazos ausentes,
enterrados sin miedo
en la arena dorada.
Y sus labios, profanando el silencio
sumergían por los intersticios de las caracolas,
su letanía, conduciéndola hechizada,
hacia el fondo de una mástaba.
Dormitaban en sus pálidos dedos
frescas guirnaldas de azahares,
torturadas abismales
por virginales novias de niebla,
deshojando en su cabello
pétalos mudos o frías corolas aladas.
Remansos de enamorados eran sus ojos profundos,
contemplando un cielo sin estrellas,
hurgando inmóviles, una luna eclipsada
agonizando en el exilio.
Oh duelo implacable de crepúsculos,
ocultando en la ceremonia iniciática
el relicario de sus lágrimas,
alquimia de ópalos cristalizados en el huracán de
olvidos.
Devastadoras penumbras se mecían
irónicas sobre su rostro,
transfigurando el sublime gesto melancólico,
que las castigadas rocas grises conocían.
Sus piernas blancas se erguían
como pilares errantes,
apuntalando las ojivas
en criptas de corales…
Oh vaguedad de túneles,
incendiando los barcos,
ante la imperceptible voz
de la Amada Quieta.
Oh sendero intransitable,
de líquenes suicidas,
atravesando los canopes
de sus vísceras sagradas.
En la fuga indivisible,
su vagabunda sombra marina,
clavará sus uñas de aire
en el lecho quebrantado,
evocando al invierno cruel,
sin tus rosas.
Acuarela "Etérea"
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